Como seres humanos tenemos la capacidad de
vivir con plenitud y la inteligencia propia de un genio. Esta es la premisa
sobre la que se sostiene la técnica de la Coescucha que desarrollara Harvey
Jackins en los años 60.Esta técnica entiende la inteligencia como la capacidad
de responder creativa y flexiblemente a las situaciones que se nos presentan,
lo que nos diferencia de los animales que tienen patrones de respuesta
determinados. Sin embargo, en general, sentimos en alguna medida la existencia
de limitaciones para llegar al óptimo funcionamiento y goce de la vida.
A lo largo de nuestra vida, vamos acumulando
experiencias. Algunas son angustiosas y se producen crisis, procesos de duelo
de mayor o menor intensidad y grado. Entonces se pone en marcha nuestro
mecanismo natural de sanción que consiste en el desahogo. Llorar, temblar,
reír, desahogo colérico, bostezar, conversar de forma animada y no monótona, sudar, cambios de temperatura corporal,
picor…, son algunos de estos mecanismos. La dificultades que encontramos para
hacerlo, son las propias que marca nuestra cultural. 1) La respuesta que damos
desde este condicionamiento es bloquear cualquier expresión de desahogo porque
escuchar tu angustia me conecta con la mía, por lo que solemos decidir actuar
de una de estas maneras: Tranquilizar,
minimizar, aconsejar, reaccionar emocionalmente, ser descortes, consolar, tratar de satisfacer, bloquear la
emoción, dar la razón, hacer razonar… 2) A medida que crecen, los niños aprenden
a interrumpir su desahogo conforme los condicionamientos de culpa y vergüenza
ganan terreno. 3) La creencia de que el ser humano es malo por naturaleza
arraigada al pensamiento judeocristiano supone que escucharse, estar en
contacto y expresar sentimientos y necesidades significa conectar con lo no
deseable, y justifica la negación del mundo interior.
Cuando no hacemos un desahogo de la angustia
con plenitud, las emociones quedan bloqueadas en relación con lo sucedido así
como nuestra capacidad de dar una respuesta diferente y creativa (inteligencia)
ante nuevas situaciones que resuenen con la vivida y no sanada. Pasamos a
responder por guiones predeterminados, a repetir respuestas cuando no
necesariamente son las adecuadas.
Si un/a bebé, aun no condicionado/a por
mecanismos de vergüenza y culpa, y tras una situación angustiosa, se le ofreciera un apoyo en el proceso de
desahogo, lo haría con la profusión y
vigor necesario, de manera natural, y a continuación volverá a conectar con su
bienestar. Habría limpiado esa experiencia y conservaría intacta si capacidad.
Los adultos disponemos de esta capacidad y la coescucha propone un marco el
cual se facilite.
Coescucha
por parejas
Se trata de un espacio de confidencialidad en
el que una persona habla y otra escucha con un tiempo pactado después del cual
se intercambiarán los roles. Al pactar el tiempo establecemos con claridad a
quién pertenece qué rol durante ese tiempo, lo que facilita que lo asuma con
indicaciones claras y sin culpa.
Al terminar el tiempo de cada una de las
rondas, la persona que escucha hace una pregunta sencilla con el fin de sacar a
la otra persona de la historia que está compartiendo.
La persona que expresa dispone del tiempo
para hacer lo que desee con él: puede hablar o no, es su tiempo. Ni siquiera es
importante que su mensaje sea entendido. Se trata de un ejercicio de confianza,
de dejarse llevar: cualquier camino es bueno.
La persona que escucha ofrece calidad de
presencia y acogimiento y, en un principio, escucha en silencio. Puede preguntarle
al inicio si desea un contacto físico, como sostener su mano entre las suyas,
para reforzar el acompañamiento.
Una declaración de intenciones en la escucha
podría ser esta: “Mi atención
pertenece plenamente a la persona que tengo frente a mí, me conecto con tu
vivencia y sostengo mis procesos de identificación: no es el momento de
prestarme atención y me lo recuerdo siempre que se me olvide. En este momento
soy la persona que necesita la persona frente a mí para hacer justo lo que
estoy haciendo: escucharla plenamente. La persona frente a mí es brillante,
inteligente, posee un gran corazón, posee libertad de criterio y es totalmente
poderosa. Confío en ella y en su capacidad infinita. Vivo deleitada, alegre,
gozosa, la oportunidad de estar frente a ti, regalándote mi presencia
consciente. Demuestro mi compromiso con mi entrega a este momento.
Tratando de dar un mensaje de que todo es
bienvenido y que estoy muy interesada en lo que traigas, sea lo que sea, puedo
adoptar algunas de estas estrategias:
a) Mantener
la mirada en la otra persona con una sonrisa
en los ojos, sosteniéndola
b) Mantener
una ligera sonrisa budista en la boca
c) Estar
en contacto con la respiración
Si tengo algo de experiencia, puedo apoyar el
proceso interviniendo en alguna ocasión al percibir la carga emocional:
a) Asintiendo
(Ummm, aha…)
b) Nombrando
con mucho respeto el sentimiento o la necesidad que me llega.
c) Diciendo:
¿Te gustaría contarme más sobre eso?
d) Repitiendo
el mensaje
Coescucha
grupal:
Se trata de un ejercicio en el que confiamos
que la sabiduría propia del grupo se expresará en este marco. Practicamos la suspensión del juicio y
un trabajo terapéutico en el marco grupal/ social. Es terapéutico para todas.
Refuerza la confianza grupal en un espacio que cuida la seguridad y la igualdad
en la participación de manera estructural.
El rol de facilitadora es en parte compartido en el sentido de que, aunque
esta se encarga de tiempo y cuidar que se respeten los acuerdos
(confidencialidad y hablar en primera persona), el espacio a nivel de escucha
los sostenemos entre todas.
Colocadas en círculo, disponemos de igual
tiempo para cada persona que hace uso de su espacio como desee. El resto del
grupo ofrece escucha consciente y atención plena, en ningún caso interviene.
Los turnos son correlativos, y si alguien lo desea puede hacer pasar su turno
para recuperarlos al finalizar la primera ronda. Tras esta primera ronda se
realizará una segunda en la que se proponen tres alternativas: profundizar en
un tema trasversal que saliera en la primera ronda, escoger uno con profundidad
emocional que haya salido o expresar de nuevo libremente con la intención de
profundizar más.
Para terminar se hace un cierre que cuide la
conexión grupal y que puede proponer la persona facilitadora del espacio.